«Es hora de reconstruir el horizonte desde abajo»

Escrito el 22/07/2025
Redacción

Hay libros que golpean. Y hay autores que no escriben para gustar, sino para agitar. Javier García Fernández es uno de ellos. Su nombre resuena con fuerza en los márgenes fecundos del pensamiento crítico andaluz. Doctor en Estudios Poscoloniales por la Universidad de Coimbra, discípulo del sociólogo Boaventura de Sousa Santos y colaborador de Ramón Grosfoguel en Berkeley, ha conjugado las aulas con la calle, el ensayo con la militancia. Desde la corriente República Andaluza y el SAT, lleva años hilando un pensamiento que brota del sur, con acento de lucha y vocación emancipadora.

Su último libro, La hoz y el olivo (Bellaterra, 2024), es más que un ensayo: es un manifiesto para repensar Andalucía desde el marxismo, el pensamiento decolonial y la tradición andalucista. Un texto que no mira al pasado con nostalgia, sino al futuro con estrategia. En medio de una ofensiva reaccionaria, el agotamiento del modelo autonómico y la emergencia de nuevas resistencias, Javier plantea una pregunta incómoda y necesaria: ¿y si el sur tuviera otra voz y otro rumbo?

En esta entrevista, abordamos con él las claves de su obra, el sentido de un «marxismo andaluz» y los retos de la izquierda en un sur empobrecido, pero lleno de memoria, dignidad y horizonte.

TuPeriódico (TP) ¿Qué te llevó a escribir La hoz y el olivo? ¿Cuál fue el punto de partida intelectual o político del libro?

Javier García (JG) Lo que me llevó a escribir este libro fue el deseo de ocupar un territorio intelectual que había estado vacío durante las últimas décadas en Andalucía: el debate que conecta el soberanismo andaluz con el marxismo. Se trata de una tradición que fue muy fuerte en los años 70, con autores como José Aumente, José María de los Santos o José Acosta, y que dio lugar a una teoría política que alimentó la praxis del andalucismo político en los años 70 y 80. De ahí surgieron experiencias como el Partido Socialista de Andalucía, las movilizaciones del 4 de diciembre de 1977, o las luchas jornaleras del Sindicato Obrero del Campo y de Marinaleda.

Esa tradición, por distintos motivos, entró en una profunda crisis a lo largo de los años 90. El objetivo de esta obra era rearticular el nuevo andalucismo que ha surgido en los últimos años —lo que yo mismo he llamado la «tercera ola andalucista»— y conectarlo con las nuevas discusiones marxistas que se están dando a nivel global: el marxismo decolonial, el confederalismo democrático kurdo, la cuestión meridional en Gramsci, o los marxismos que emergen desde los movimientos campesinos e indígenas en América Latina.

Una de las cuestiones que siempre discutíamos en la militancia juvenil universitaria era que Andalucía tenía unas condiciones mucho más parecidas a las de las luchas populares latinoamericanas que a las de la izquierda del Estado español, o incluso que a las de la izquierda europea. Entre 2013 y 2017 fui delegado de juventud de Vía Campesina, y junto a otros compañeros del SAT pudimos comprobar cómo las condiciones específicas del capitalismo en Andalucía estaban atravesadas por una lógica extractivista que nos acercaba a las economías coloniales de América Latina, del mundo árabe o de África.

Eso me llevó a estudiar cómo la conformación histórica del Estado español —la Reconquista, el capitalismo español, el centralismo— dio lugar a un modelo de colonialismo interior, en el que Andalucía funcionaba como una periferia intermedia entre la economía metropolitana del Estado y las colonias exteriores. Andalucía, en ese sentido, se convirtió en una colonia interior que compartía condiciones de explotación con los países del Sur global, aunque dentro del propio Estado español.

Estos marcos analíticos e históricos me parecían fundamentales para articular un proceso de transformación social que conectara con las masas andaluzas: jornaleras, trabajadoras urbanas, juventud universitaria. Eso es lo que me propuse al pensar y escribir este libro: contribuir a la construcción de un nuevo marxismo andaluz, un marxismo andalucista o, dicho de otro modo, un andalucismo marxista.

TP —¿Por qué reivindicar un «marxismo andaluz»? ¿En qué se diferencia de otras tradiciones marxistas dentro del Estado español?

JG —Lo que trato de defender en el libro es que las condiciones históricas de la sociedad andaluza han dado lugar a una forma particular de comprender el mundo, una manera de interpretar la realidad que, en términos sociales y culturales, se distancia profundamente de los marcos de conocimiento dominantes en el norte de España o en Europa. Andalucía, como consecuencia de procesos históricos como la Reconquista y la configuración imperial del Estado español, ha sido despojada de legitimidad para narrarse a sí misma. A los andaluces se nos ha negado la capacidad de explicar nuestra propia realidad.

Junto al colonialismo económico, se ha impuesto también un colonialismo cultural y epistemológico. Nuestra cultura, nuestro folklore, incluso el flamenco, han sido sistemáticamente interpretados y definidos desde fuera. Las normas económicas, políticas y culturales que rigen Andalucía han sido impuestas por élites ajenas a nuestro territorio. En ese contexto, el marxismo andaluz emerge con unas características propias, similares a las de otros marxismos periféricos como el del sur de Italia en Gramsci, el marxismo indígena latinoamericano, el afroamericano en Estados Unidos o los marxismos de liberación nacional en África y América Latina.

En los años 70, los jóvenes militantes que impulsaron el Partido Socialista de Andalucía leían a Blas Infante pero también a Mao Zedong, a Ben Bella, a Fidel Castro. Esa lectura internacionalista y anticolonial permitió que en Andalucía arraigara un marxismo de liberación nacional, profundamente anticolonial, en contraste con el marxismo hegemónico en el Estado español, que era fundamentalmente metropolitano, centralista y eurocéntrico.

Autores como Manuel Delgado Cabeza, Carlos Arenas Posadas, Isidoro Moreno o Pastora Filigrana han contribuido a construir una tradición marxista pensada desde el margen, desde la frontera, desde las experiencias de las jornaleras, de las campesinas sin tierra, de los movimientos feministas andaluces. No es un marxismo obrerista clásico, centrado en el proletariado industrial, sino un marxismo popular, territorial, vinculado a las luchas del campo y de los barrios.

Desde mi punto de vista, el marxismo andaluz es una corriente teórica que conecta Andalucía con otras luchas del Sur global. Nos invita a pensar la modernidad no como un proceso de progreso, sino como una época de devastación iniciada con la conquista castellana, que situó a Andalucía como colonia interior del Estado español. Este marxismo nos permite reinterpretar procesos como la Reconquista como una conquista colonial con consecuencias económicas, sociales y culturales devastadoras.

El marxismo andaluz se vincula así con las teorías de la dependencia, con el pensamiento decolonial, con el panarabismo socialista, con el nacionalismo árabe y con todas las tradiciones socialistas de liberación nacional que florecieron en los años 70 y 80. Hoy, además, se conecta con la crítica de la colonialidad del saber, con la denuncia de la universidad y las ciencias sociales como espacios de reproducción del eurocentrismo.

En ese sentido, el marxismo andaluz es un marxismo anticolonial, que lucha —como decía Fanon— contra la colonización mental. Es un marxismo de liberación, de emancipación, que busca articular a los distintos sectores populares andaluces —jornaleros, trabajadores urbanos, juventud universitaria— en un proceso de construcción nacional que dispute el poder a las élites del Estado español situadas en Madrid, Barcelona o Bilbao.

Por último, el marxismo andaluz es una contribución original a la teoría marxista global, que introduce conceptos como territorio, identidad, nación andaluza o clases populares desde una perspectiva situada. Es un marxismo del Tercer Mundo, del Sur global, que busca incorporar a Andalucía en los debates internacionales sobre emancipación, justicia y transformación social.

TP —En el libro planteas que Andalucía ha sido históricamente una periferia dentro del sistema capitalista español. ¿Cómo puede entenderse esa condición desde la realidad cotidiana de los andaluces?

JG —La idea de que Andalucía es una colonia interior del Estado español no es solo una categoría teórica: es una realidad que la población andaluza vive cotidianamente. Andalucía sigue teniendo la tasa de paro más alta del Estado, con cifras que superan el 18 %, muy por encima de la media nacional. Nuestra economía está centrada en sectores extractivos y precarios: agricultura intensiva, turismo de bajo valor añadido, y actividades contaminantes como el cementerio nuclear de El Cabril.

Somos una de las principales regiones productoras de alimentos de Europa, pero también una de las más empobrecidas: más del 30 % de la población andaluza vive en riesgo de pobreza o exclusión social. A esto se suma una de las tasas más altas de violencia de género del Estado, y una migración forzosa constante: miles de jóvenes andaluces se ven obligados a abandonar su tierra cada año para buscar oportunidades en Madrid, Cataluña o el extranjero.

Además, Andalucía es la principal puerta de entrada migratoria del sur de Europa, con más de 800 km de costa. Sin embargo, lejos de ser un espacio de acogida, nuestras fronteras están militarizadas y convertidas en zonas de exclusión y muerte. La población migrante representa el 9,5 % del total andaluz, concentrada en sectores como la agricultura y la hostelería, en condiciones de alta precariedad

Esta situación de despojo estructural también tiene una dimensión de género: el patriarcado en Andalucía se expresa con especial crudeza debido a la pobreza estructural, la desprotección institucional y la infrafinanciación de los servicios públicos. Mientras tanto, el gobierno de Juanma Moreno impulsa una agenda cultural ultraespañolista, de la mano de Vox, que borra la identidad andaluza y refuerza el centralismo.

El hecho de que seamos una potencia turística y agroalimentaria, pero que nuestra población no tenga acceso al ocio, al bienestar ni a una vida digna, demuestra que Andalucía cumple un rol colonial dentro del Estado. Somos productores, pero no beneficiarios. Nuestra tierra es explotada, pero nuestra gente es empobrecida.

Por eso, la recuperación del territorio, de la economía y de la comunidad no es solo una tarea política: es un proceso de descolonización. Reapropiarnos de lo nuestro implica frenar los intereses estatales, europeos y multinacionales que extraen riqueza de Andalucía mientras condenan a su población a la servidumbre. Hoy, muchos andaluces son camareros, limpiadoras, jornaleros, trabajadores de hotel… pero no se les permite disfrutar de la riqueza que generan. El marxismo andaluz, en este sentido, es una herramienta para pensar esa realidad y para transformarla.

TP —¿Cómo se articula el marxismo con el andalucismo político? ¿Cuáles son, desde tu punto de vista, las conexiones y los puntos de encuentro entre ambas tradiciones?

JG —El marxismo y el andalucismo político han compartido una historia larga, aunque todavía poco visibilizada. Durante la época de Blas Infante no llegó a desarrollarse un marxismo propiamente andaluz, aunque sí encontramos en su obra una reflexión crítica sobre el comunismo soviético. En su libro La dictadura pedagógica. Por una revolución cultural, Infante analiza la experiencia de la Unión Soviética, criticando especialmente su deriva militarista y autoritaria. Frente a ello, propone una alternativa más culturalista, democrática y asamblearia.

El socialismo de Blas Infante en los años 30 se nutre más del anarquismo, del federalismo republicano y del confederalismo, enraizado en las luchas de la Primera y Segunda Internacional, así como en episodios como las sublevaciones de Cádiz o Loja. Su propuesta se inscribe en un socialismo libertario, regionalista y profundamente andaluz, del que Infante fue su principal exponente.

Ya en los años 70, con el auge de las luchas de liberación nacional en todo el mundo, el marxismo amplía su foco más allá de la cuestión obrera para centrarse en los procesos de independencia, soberanía y emancipación de los pueblos. En ese contexto, sectores andalucistas como los liderados por Alejandro Rojas Marcos, y más tarde el Frente de Liberación de Andalucía, comienzan a leer el marxismo no solo como una teoría de clase, sino como una teoría de liberación nacional. Es ahí donde se produce un nuevo punto de encuentro entre ambas tradiciones.

Este marxismo andaluz emergente se articula en torno a sujetos populares desposeídos: campesinado sin tierra, trabajadores precarios, mujeres, jóvenes… Un sujeto colectivo que recuerda al marxismo del Sur global o al que se desarrolló en América Latina. Las movilizaciones de Marinaleda, las marchas campesinas o las ocupaciones de tierras son ejemplos de esta articulación entre lucha de clases y conciencia nacional andaluza.

Por otro lado, el andalucismo político también intentó construir una burguesía democrática andaluza, aliada con los sectores populares, desde una conciencia nacional propia. Sin embargo, en los años 80, esta confluencia se diluye: por un lado, emerge una izquierda más centralista; por otro, un andalucismo conservador que acaba gobernando con la derecha.

La llamada «tercera ola andalucista», que surge a partir del 15M y de las nuevas expresiones culturales y políticas en Andalucía, ha vuelto a recuperar esa doble dimensión: la lucha por la justicia social y la transformación desde una perspectiva nacional andaluza. En este sentido, la cuestión nacional andaluza no puede entenderse sin su dimensión de clase. Es, en esencia, una lucha por la emancipación social y nacional del pueblo andaluz.

TP —En tu obra te refieres recurrentemente a Andalucía como nación. ¿Cómo definirías tú la cuestión nacional andaluza en el contexto actual?

JG —Cuando hablamos de la cuestión nacional andaluza, nos referimos a una reivindicación histórica y política sostenida por el andalucismo en sus distintas etapas: desde la primera ola encabezada por Blas Infante, pasando por la segunda ola en los años 70, hasta las expresiones más recientes. Todas ellas coinciden en afirmar que Andalucía es un hecho nacional: un pueblo con territorio, cultura, historia y conciencia compartida que se reconoce como nación.

El Estatuto de Autonomía de 1981 ya recoge que Andalucía es una nacionalidad histórica, pero el andalucismo ha ido más allá, defendiendo una vocación confederal y una articulación solidaria con otros pueblos del Estado español. Desde esta perspectiva, la nación no se define únicamente por criterios étnicos, lingüísticos o culturales, sino como el resultado de un proceso histórico de construcción económica, social y política.

En los años 70, algunos autores andaluces hablaron de la formación social andaluza para referirse a este proceso. Andalucía es, en gran medida, el producto de la conquista de Al-Ándalus y de la integración de los antiguos reinos de Granada, Jaén, Córdoba y Sevilla en la estructura del Estado español. Esta integración se dio bajo una lógica colonial interna, en la que Andalucía fue subordinada como periferia productiva al servicio del centro político y económico del Estado.

Este proceso histórico ha generado una serie de rasgos comunes con otras regiones del sur peninsular, como La Mancha o Extremadura, pero también con otras periferias históricamente subordinadas, como Galicia o Canarias.

Desde esta lectura, el andalucismo contemporáneo plantea que Andalucía tiene las bases para contribuir a la construcción de una República socialista y plurinacional en el Estado español. La cuestión nacional andaluza no se limita a una alianza entre una burguesía democrática y una clase trabajadora con identidad étnica andaluza. Se articula, más bien, como un proceso de movilización social, de unidad popular y de clase, orientado a la transformación socialista de la sociedad andaluza.

En este sentido, la cuestión nacional andaluza es, ante todo, una cuestión de clase. Es una lucha por la reapropiación colectiva de la riqueza, los recursos, los medios de producción, el conocimiento, la universidad y las instituciones del Estado. Es un proyecto de autogobierno que busca construir un sistema político autocentrado, que sitúe a las comunidades, los barrios, los pueblos y las ciudades andaluzas en el centro de la vida económica, a través de un proceso de redistribución y reconfiguración de la economía andaluza. En el contexto actual, la cuestión nacional andaluza no se plantea como la construcción de un frente identitario basado exclusivamente en elementos simbólicos o lingüísticos —como el desarrollo de una lengua andaluza o la creación de instituciones centradas únicamente en reforzar la identidad cultural—. Más bien, se articula como una respuesta política y social frente a los desafíos concretos que enfrenta el pueblo andaluz: el auge de la extrema derecha, el avance de un nuevo capitalismo extractivo en sectores como la agricultura intensiva en Huelva y Almería, o el turismo depredador en la costa.

Ante este escenario, la construcción nacional andaluza se configura como un frente social de clase, que defienda los derechos de las clases trabajadoras y populares, de las mujeres, de los estudiantes, de las personas migrantes y de todos los sectores vulnerables que hoy están en riesgo. Andalucía debe afirmarse como una gran comunidad nacional al servicio de su propia gente. Esa es, hoy, la verdadera cuestión nacional andaluza: la construcción de un proyecto colectivo de emancipación social, popular y democrática, que ponga en el centro los intereses del pueblo andaluz.

TP —¿Cómo crees que debería articularse la izquierda andaluza ante una posible nueva mayoría absoluta de la derecha liderada por Juanma Moreno en 2026?

JG —La situación actual en Andalucía es de una enorme gravedad y de extrema urgencia. En 2026 se celebrarán elecciones autonómicas, pero para entender lo que está en juego es necesario situar el análisis en un contexto más amplio.

Vivimos un momento de transición global. La hegemonía norteamericana está en declive, y con ella se tambalean los pilares del orden mundial surgido tras la caída de la Unión Soviética. El posible segundo mandato de Donald Trump podría acelerar la disolución del orden unipolar y consolidar un mundo multipolar, donde potencias emergentes cuestionan la supremacía occidental.

En este marco, la Unión Europea atraviesa una crisis profunda: ética, política, económica y moral. Desde la Segunda Guerra Mundial, Europa ha funcionado como un protectorado de Estados Unidos, subordinada a sus intereses estratégicos y despojada de una política exterior y económica propia. La OTAN, lejos de ser una alianza defensiva cohesionada, se ha convertido en un instrumento al servicio del complejo militar-industrial estadounidense, financiado a costa de las clases trabajadoras europeas.

En el caso del Estado español, nos encontramos ante una democracia inacabada. La Transición de 1978 dejó intactas muchas estructuras del franquismo: el poder judicial, el ejército, los medios de comunicación o el sistema universitario. Todo ello ha permitido que los sectores dominantes mantengan un proyecto reaccionario, mientras la izquierda ha sido incapaz de articular un proyecto nacional-popular o plurinacional que dispute esa hegemonía.

En este escenario, Andalucía ocupa un lugar estratégico. Siempre he defendido que debe ser el punto de partida para un proceso constituyente plurinacional que desemboque en una república socialista, federal y democrática. Sin embargo, el panorama electoral de 2026 se presenta desolador: todo apunta a una nueva mayoría absoluta de la derecha, liderada por Juanma Moreno, que está aplicando una política económica profundamente neoliberal y una agenda cultural reaccionaria.

Frente a esto, la izquierda andaluza aparece fragmentada, dividida y sin un horizonte claro. La tarea moral y política de la izquierda andaluza es, por tanto, urgente: reconstruirse en torno a los sectores más conscientes del movimiento obrero y popular andaluz, y articular un gran frente progresista que una al andalucismo de centroizquierda, la izquierda comunista, los movimientos sociales, el feminismo, el ecologismo y las corrientes transformadoras. Este frente debe ser capaz de arrastrar al PSOE hacia un bloque histórico que desbanque a la derecha del poder.

Creo firmemente que es necesario construir un Bloque Nacional y Popular desde la unidad de clase y la unidad nacional andaluza, que permita refundar un nuevo horizonte de emancipación para Andalucía. Tras más de 40 años de hegemonía del PSOE, la izquierda andaluza está agotada, pero sobre todo lo están sus imaginarios estratégicos. Es hora de reconstruir ese horizonte desde abajo, con un proyecto de transformación radical que sitúe a Andalucía en el centro de un nuevo ciclo político estatal, plurinacional y constituyente.