El electrocardiograma

Escrito el 13/07/2025
Xavier Pardell

A veces uno va al médico y, sin que haya drama ni urgencia, le plantan en el pecho una ristra de cables, le dicen «relájese» y le hacen una prueba que, aparentemente, no parece gran cosa. No hay dolor, no hay ruido, no hay pantallas espectaculares. Solo un papel que empieza a escupir rayas. Pero ahí dentro, en ese papel anodino, se esconde una historia íntima: la de su corazón en tiempo real. Así funciona el electrocardiograma.

Un poco de historia

El electrocardiograma no es un invento nuevo. En 1903, un fisiólogo holandés llamado Willem Einthoven ideó un aparato inmenso, con cubetas de agua salada donde los pacientes sumergían los brazos y las piernas, y una cuerda tensada que vibraba con los impulsos eléctricos del corazón. Lo llamó galvanómetro de cuerda. Era tan preciso —y tan ingenioso— que le valió el Premio Nobel. Desde entonces, esa idea de leer la electricidad del corazón no ha cambiado. Lo que ha cambiado es todo lo demás.

Hoy basta un pequeño aparato portátil, una tablet, o incluso un reloj inteligente con sensores en la muñeca. La esencia es la misma: capturar las señales eléctricas y traducirlas en ondas con sentido clínico. Pero si antes se necesitaban varios operarios, ahora cabe todo en un maletín.

¿Qué mide exactamente?

El electrocardiograma —o ECG para los amigos— no escucha el corazón. Lo que hace es registrar su actividad eléctrica. Cada latido empieza con un impulso eléctrico que se genera en una parte muy concreta del órgano: el nodo sinusal. Ese chispazo viaja por una red de fibras especializadas y hace que las cámaras del corazón (aurículas y ventrículos) se contraigan en orden. Si ese impulso falla, llega tarde, se repite o se salta pasos, el latido también falla. Y el ECG lo capta al vuelo.

Los electrodos que se colocan sobre la piel actúan como micrófonos eléctricos. No pinchan, no transmiten nada, solo reciben. Captan la diferencia de potencial que genera ese impulso mientras se mueve por el corazón. La máquina lo traduce en líneas. Y esas líneas, para un profesional entrenado, son como frases en una lengua antigua: tienen ritmo, acentos y errores gramaticales.

¿Qué significan esas ondas raras?

En la gráfica del ECG hay varias letras: P, Q, R, S, T. No son nombres arbitrarios, sino los segmentos en que se divide cada latido:

  • Onda P: representa la activación de las aurículas.
  • Complejo QRS: la gran sacudida eléctrica que hace latir los ventrículos.
  • Onda T: el “reposo” del sistema, el reinicio antes del siguiente impulso.

La forma, duración y simetría de estas ondas indican si el corazón va bien o si hay algún fallo en la conducción, algún retraso, alguna parte que no responde. Por ejemplo, una elevación del segmento ST puede indicar un infarto activo. Una onda T invertida puede sugerir isquemia. Un PR muy largo puede señalar un bloqueo auriculoventricular.

No hace falta memorizar nada de esto, pero da una idea de cuánta información se esconde en esas líneas tan aparentemente sencillas.

¿Por qué se hace esta prueba?

Porque es rápida, barata, indolora y puede salvar una vida. Un ECG puede detectar arritmias (latidos desordenados), signos de infarto (pasado o presente), bloqueos de conducción o sobrecargas del corazón por enfermedades valvulares, hipertensión o fallos estructurales. También sirve para controlar los efectos de algunos medicamentos o ver cómo responde el corazón ante el esfuerzo.

Es tan común que cuesta valorarla. Pero sigue siendo una herramienta básica en medicina. Un electro bien leído en el momento justo puede marcar la diferencia entre actuar y llegar tarde.

¿Cómo es la prueba por dentro?

El procedimiento es simple, pero conviene conocerlo para no asustarse. Se le pide al paciente que se descubra el pecho y se acueste boca arriba. A veces también hay que destapar los tobillos o muñecas. El técnico (o el médico) coloca varios electrodos adhesivos conectados por cables a la máquina. En total suelen ser doce derivaciones: cada una capta el impulso desde un ángulo distinto, como si fueran cámaras alrededor del escenario.

Una vez colocados, se le pide que respire con normalidad y no se mueva. En pocos segundos, el aparato recoge la señal y la imprime o guarda digitalmente. La lectura completa no suele durar más de uno o dos minutos. Nada molesto, nada invasivo.

¿Qué se espera de ti como paciente?

No mucho, pero hay detalles que ayudan. Si sabe que le harán un ECG, procure evitar cremas o aceites corporales ese día, porque dificultan el contacto de los electrodos con la piel. Si tiene vello en el pecho muy denso, a veces hay que rasurar una pequeña zona. No pasa nada, pero conviene saberlo. También es importante estar tranquilo: los nervios o el frío pueden alterar la frecuencia cardíaca y dar pistas engañosas.

No hay que ir en ayunas, no hay radiación, no hay efectos secundarios. Después de la prueba, puede volver a su rutina con total normalidad. Es más: puede irse con una imagen impresa de sus latidos en la mano. Algunos pacientes se sorprenden. No esperaban tener una copia tan literal de su propio ritmo vital.

¿Qué ocurre después?

El electrocardiograma no da diagnósticos por sí solo. Es un instrumento de sospecha, de control y de apoyo. El profesional lo interpreta dentro de un contexto clínico: síntomas, antecedentes, exploración. A veces es claro como el agua. Otras, plantea más preguntas de las que resuelve.

Pero cuando habla claro, lo hace con contundencia. Un ECG bien hecho y bien leído puede señalar un infarto agudo en curso, una fibrilación auricular silenciosa o una pausa peligrosa entre latidos. Puede salvar a alguien que no sentía nada. Por eso está en cada ambulancia, en cada urgencia, en cada chequeo serio.

El corazón no se ve. Pero deja huella. Y el electrocardiograma es una de las pocas formas que tenemos de leer esa huella sin abrir el pecho. Es una conversación eléctrica, íntima, que no siempre entendemos… pero que merece ser escuchada. Aunque solo dure unos segundos. Aunque solo se imprima en una hoja que acaba olvidada en una carpeta.

Es tecnología, sí. Pero también es humanidad, prevención y confianza.

Andalucía late en muchos sentidos. Y cada electro que se imprime es un eco de esos latidos.