[Editorial] Antes, pintaban estrellas de David

Escrito el 22/07/2025
Gorka Fernández

Decía en el editorial de la pasada semana que «hoy es Torre Pacheco. Si no se corta de raíz, mañana será tu barrio». Porque el odio es una bicha jodía—permítanme la licencia, es como mi abuelo nombraba a las serpientes— incontrolable, que no sabe de colores, de procedencias ni de sentido común. Precisamente, porque el odio, en política, se utiliza para anular este, para que el animal que llevamos dentro —y al que solo le separa un hacha de piedra de nuestra primera versión— olvide que comer, beber, cagar, amar, son cosas todas humanas, como las son opinar y discrepar.

Discrepar es bueno, oigan. Discrepar es la base de la construcción del conocimiento, de la civilización, de la democracia, y es lo contrario del bate, la pintada vandálica y el pasamontañas. Las pintadas hechas a la sede en Triana del PSOE —como antes fueron a las de PODEMOS, a las de IU, a las de tantos partidos de izquierdas— lo fueron con pasamontañas, que es la prenda más cobarde que se ha inventado alguna vez con loable propósito.

Discrepar es bueno, decía. Por una discrepancia, se creó la ONU. La discrepancia en sí era la respuesta a una pregunta de tamaño civilizatorio: «¿podemos y queremos repetir el horror de la primera mitad del siglo XX?». Discrepábamos, como humanidad, al fascismo en todas sus versiones, todas con uniformes paramilitares y discursos ultranacionalistas en las que se regalaba exterminio a cuenta de una «salvación nacional». En aquel momento, no eran sedes de partidos políticos lo que se señalaban, estaba feo. Quedaba más burgués ilegalizarlos y meter a sus integrantes en discretos campos de concentración, no fuera que protestaran por aquellas otras señales que alegremente repartían por las ciudades: las estrellas de David, los JUDE pintados en los cristales. Aquellos cristales que serían objeto de diana durante la Kristallnacht, la noche de los cristales rotos.

Pintada nazi, parte de la estrategia de boicot a establecimientos judíos durante 1938 // Enciclopedia del Holocausto
Pintada nazi, parte de la estrategia de boicot a establecimientos judíos durante 1938 // Enciclopedia del Holocausto

De entonces y hoy nos separa casi un siglo, avances tecnológicos y poco más. Quizá que el sombrero ha caído en desuso y que tenemos las noticias al momento. Ahí se acaban las diferencias: el odio sigue latiendo de la misma forma y sigue operando bajo los mismos manuales: hacer crecer el miedo. Al diferente —por su religión, por su orientación, por su color, por su nacionalidad, por su pensamiento—; al orden establecido —los discursos en los que se ilegitima cualquier opción democrática buscan justificar un asalto, como los vistos en el Capitolio estadounidense o en el brasileño—; a la convivencia democrática —«nos invaden» dicen. «Nos roban los empleos», al tiempo que son explotadores de estas personas en regímenes de esclavitud moderna—.

Antes, pintaban estrellas de David. Luego, dianas. Ahora, garabatean esvásticas deformes, yugos y flechas descastados, nada del glamour de entonces, con una pareja de guardias de asalto en actitud cesárea. No, ahora se estilan los pasamontañas o, en su versión chabacana, el abrigo de la noche, el silencio del relente solo roto por los pulverizadores baratos comprados la tarde anterior en un chino y las risas de cuatro descerebrados pasados de vueltas con la cerveza barata comprada en un desavío 24 horas regentado por un pakistaní.

Ahora, pintan consignas de muerte, de deshumanización. Pero siguen siendo unos cobardes. Y la democracia —toda ella— tiene que ser más fuerte. Dejar sus discrepancias —y sus tonterías de cálculo— y hacerse mirar eso de pasar por el argumentario lo que es una cuestión de supervivencia. Les remito a la Historia y a las peripecias de los partidos, todos, que no comulgaban con el pensamiento único. Spoiler: a veces no se puede elegir entre exilio y fusilamiento.

A ver si me equivoco para la semana que viene. Hoy es la sede del PSOE en Triana, mañana puedes ser tú. O como dijese Martin Niemöller —un inicial pronazi que se dio de bruces contra la realidad al terminar en Dachau—:

«Cuando los nazis vinieron a llevarse a los comunistas,
guardé silencio,
ya que no era comunista,

Cuando encarcelaron a los socialdemócratas,
guardé silencio,
ya que no era socialdemócrata,

Cuando vinieron a buscar a los sindicalistas,
no protesté,
ya que no era sindicalista,

Cuando vinieron a llevarse a los judíos,
no protesté,
ya que no era judío,

Cuando vinieron a buscarme,
no había nadie más que pudo protestar».